jueves, 2 de marzo de 2017

Stromboli: la historia de un traidor



Roberto Rossellini es sin lugar a dudas el director italiano más famoso de la historia del cine. Las razones son, como no podía ser de otro modo, su matrimonio con la estrella de Hollywood Ingrid Bergman. Esta unión fue el “ha estallado una bomba en Valve” del cine en aquellos años 50.


Rossellini fue el padre del neorrealismo, un movimiento cinematográfico que nacía como réplica al idealismo del cine de Hollywood, mostrando una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Eran películas rodadas en las calles, de presupuestos ínfimos, para mostrar con la máxima fidelidad el drama, la precariedad y el sufrimiento de la civilización a causa del mastodóntico conflicto bélico, mientras al otro lado del Atlántico se rodaban películas con temas triviales o sobre lo bonita que era la vida. Rossellini fue un artista rompedor, comprometido socialmente y capaz de redimirse con su Trilogía de Guerra de sus inicios como director de filmes de propaganda fascista.

Casarse con un producto del star-system y que simbolizaba un cine tan opuesto fue visto como una traición, en especial porque Bergman protagonizaría sus próximas películas. ¡Se ha vendido! Rossellini había madurado dirigiendo películas con actores no profesionales, uno de los rasgos que marcaba su cine realista y de compromiso social. ¿Y ahora se atrevía a meter con calzador a su mujer, venida de una industria sin ningún tacto artístico? Es precisamente en Stromboli donde se encuentran varias lecturas simbólicas sobre lo que supuso este peculiar matrimonio.

Stromboli narra las desventuras de Karen (Bergman), una lituana atrapada en un campo de refugiados, que se ve obligada a casarse con un humilde pescador para iniciar una nueva vida tras la guerra. Su casamiento la empuja a una pequeña isla volcánica, habitada por una aldea, donde su marido lleva haciendo vida desde que nació. El ambiente rural y precario genera un profundo rechazo en Karen, acostumbrada a un mundo más civilizado. La discordancia con esa forma de vida se palpa continuamente. La protagonista se muestra desorientada, sus movimientos por los terrenos sinuosos son ortopédicos y observamos planos generales donde los escenarios parecen laberintos. Las diferencias culturales le impiden relacionarse adecuadamente con los vecinos del pueblo (la extranjería de la propia Bergman es idónea). Sus gestos parecen fuera de lugar, su rostro angelical no encaja con ese mundo, hecho aún más pronunciado cuando comparte plano con otro personaje femenino.





Su marido sufre de inmediato las consecuencias de traer a una mujer como Karen. Se convierte en protagonista de todo tipo de cotilleos y falsas acusaciones. El impacto social también afecta en su trabajo, llegando a cobrar menos por culpa de su particular matrimonio. La relación conyugal y sus efectos son un paralelismo de los mismos Rossellini y Bergman. Al igual que el pescador, el cineasta italiano fue duramente criticado, tratándose su romance como si fuese una provocación.

A pesar de la propia Ingrid Bergman y el uso quizás exagerado de la música extradiegética, Stromboli no deja de tener rasgos y propósitos cercanos al realismo. Las escenas se ruedan en exteriores, los personajes se mueven dentro de colectivos empobrecidos y marginales (un barrio marginal de una ciudad puede estar tan aislado de la civilización como la isla de Stromboli). Su historia muestra la desesperanza tras la posguerra y las dificultades de conseguir una nueva vida en un continente devastado. El personaje de Bergman sufre la pésima integración en la isla, la marginación y el acoso de sus vecinos. Rossellini muestra al espectador escenas opresivas y desalentadoras, empatizando fácilmente con su protagonista.

Stromboli marcó una nueva época en el cine de Rossellini. Su madurez se vio ensombrecida por una crítica que lo veía como un traidor a su propio movimiento culturar y forma de ver el séptimo arte. Incluso aunque Stromboli y Europa 51, con Bergman de protagonista, demostrasen que su compromiso con el movimiento se mantenía igual de fuerte. Su particular evolución como cineasta fue poco apreciada en el momento, Cahiers du Cinema fueron de los pocos en reivindicar su figura, llegando al extremo de otorgarle la etiqueta de “Padre del cine moderno”. Por suerte, el tiempo coloca a cada uno en su lugar.

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