Cuando me preguntan por mi género favorito siempre digo que no tengo ninguno predilecto.
Tampoco le hago ascos a ninguno, ni a la comedia por infravalorada que esté. En
cambio, sí que considero que hay uno con un potencial especial, no voy a decir
superior, pero sí el más interesante. Hablo del cine de terror, cuyo medio -el
miedo- no solo sirve para horrorizarnos, sino también para transmitirnos
mensajes e historias. Como cualquier otro género desde luego, pero por
desgracia nunca se ha sacado suficiente provecho. Las películas de terror buscan
el susto (que no el miedo) y crear monstruos con el peor aspecto posible.
Cuando dan importancia a la narrativa, se centran en pobres giros argumentales
y poco más. Lo triste es el vacío hacia el género, relegado a producciones más
comerciales que solo ofrecen carruseles de tópicos, quedando en el olvido las
posibilidades de una buena película de terror. Por suerte siempre hay, o hubo,
quien quiso probar la experiencia, explorar los mecanismos del género. Ese
alguien fue Stanley Kubrick, quien a pesar de su corta filmografía, no cesó en
su empeño de experimentar con cualquier género.
Jack Torrance viaja con su mujer e hijo al
hotel Overlook de Colorado, para ocuparse del mantenimiento de las
instalaciones durante el cierre invernal. Se dedica también a ocuparse de su
novela, gracias a la tranquilidad que le ofrece el hotel cerrado y la única
compañía de su familia. Pero entonces llega la noche, se apagan las luces y
suceden cosas paranorm… No, espera. Aquí no se apagan las luces, ni los
personajes caminan por un pasillo a oscuras a la espera de un susto que nos
levante de la butaca. El escenario permanece constantemente iluminado, incluso
muchas escenas se desarrollan por el día. Kubrick comienza mostrándote rutinas
de los personajes, para ir a poco a poco alterando esas acciones cotidianas con
sucesos paranormales. Algunos tan sutiles como diseñar decorados imposibles a
imágenes más explícitas como enseñar a gente que no debería estar allí. Pero
incluso en las escenas más directas, Kubrick no recurre al susto fácil.
Normaliza la aparición del fantasma, de esa persona que había estado en el
hotel hace décadas. Nada sale por sorpresa de armarios, ni hay efectos sonoros
estridentes que corten la acción.
El Resplandor es una película que nos hace
sentir vulnerables. Sabemos que algo ocurre. Kubrick juega sabiamente con ello,
puede que no demos ni un solo sobresalto, pero la tensión es constante. La
clásica perfección del director no solo está presente en la elección de los
planos, en la fotografía o el montaje: también en cómo presentar la historia y
los personajes. Al inicio se insiste en la naturalidad, en acciones mundanas
del día a día, para provocar un mayor contraste con la trama surrealista que
posteriormente se desarrolla. Intentamos empatizar con Jack, porque él es el
protagonista, el héroe que desvelará los misterios del hotel y quien sufre, al
igual que nosotros, el terror del hotel. Pero después él también forma parte de
esa locura, haciéndonos sentir completamente indefensos. Este punto es clave,
porque es una sensación que muchas películas persiguen. El terror psicológico
incide en ponernos en la piel de un protagonista cada vez más aislado,
oprimido, vives su lucha como la tuya y sufres con él. Aquí no, encarnamos a
Jack Torrance, contemplamos horrorizados los primeros fenómenos paranormales,
investigamos con él qué demonios está ocurriendo en ese hotel y… cuando nos
queremos dar cuenta, es él quien de verdad nos produce el miedo y nos
encontramos solos.
Kubrick era conocido por su perfeccionismo,
por cuidar hasta el más mínimo detalle de un plano. Su metodología de trabajo
hace pensar que es imposible que dejase al azar múltiples errores de raccord o
de que la televisión de la habitación funcione sin cables. La máquina de
escribir de Jack cambia de color de una escena a otra y la alfombra de los
pasillos es diferente al hacer contraplanos. Todo esto está muy bien y ayudan a
construir el surrealismo del hotel. Pero, ¿y qué hay del mensaje? ¿Qué quería
contar Kubrick en esta película?
Precisamente el hermetismo de la película, sus
nulas explicaciones acerca de lo que sucede -ni siquiera el final se detiene a
arrojar algún tipo de detalle o resolución sobre lo sucedido, más bien muestra
más misterios- contribuyen a hacer de El resplandor una cinta misteriosa,
esotérica y sobre todo, terrorífica.
Porque esa sensación de vulnerabilidad se consigue ocultando en lugar de
enseñar, generando nuevos enigmas en lugar de ofrecer respuestas. Incluso el
significado de sus símbolos, de su mensaje, está oculto, a la espera de que los
espectadores desarrollen sus propias teorías. El documental Room 237 funciona
como un capítulo de Cuarto Milenio en el que se destripa un mito de terror,
derivando es más suspense y miedo. Allí, críticos, historiadores y escritores
relacionan las imágenes de El Resplandor con el Holocausto, el genocidio indio
de los americanos e incluso la divertida teoría de que Stanley Kubrick rodó el
montaje de la llegada del hombre a la luna.
El Resplandor es una gran película que sacude
los cimientos de su género y consigue atraparnos de mil formas diferentes.
Kubrick no quiso limitarse a contar una historieta de fantasmas por mucho que a
Stephen King le doliese, sino construir una pesadilla irrepetible y explorar
los medios del cine para conseguirlo.
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