Una afición reciente del diario El País
consiste en su artículo semanal despotricando contra la juventud. Desde la
crítica por no tener unos valores y costumbres propios de los años 50 hasta el
clásico “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No falta a la cita la detracción
hacia internet y las nuevas tecnologías. Gente mayor incapaz de comprender un
cambio generacional. Pero no alcemos la voz: dentro de unos años, será nuestro
turno. Diremos que cómo es posible que los críos jueguen con las tablets en
lugar de con los playmobils. Tendremos a nuestro Pérez-Reverte con su columna
semanal analizando la pérdida de tradiciones que suponen nuestros
descendientes.
Ahmed, el niño protagonista de ¿Dónde está la
casa de mi amigo?, soporta un tedioso sermón de su abuelo: que si falta de
disciplina, que si no te quejes porque en mis tiempos mi padre me pegaba todos
los días, que si a dónde vamos a parar con estos niños mocosos, etc. Tras ver
esta película, es difícil no pensar en la imagen de este anciano cascarrabias
cuando uno lee los artículos de El País anteriormente mencionados.
Abbas Kiarostami parte de un guion muy simple,
pero suficiente para construir una narrativa épica, con su héroe y con su
obstáculo. Una aventura que nace de forma absurda: Ahmed se lleva por error el
cuaderno de deberes de su amigo. Pregunta a su madre si puede ir al pueblo
vecino, donde se encuentra su compañero, para devolver el cuaderno. Ahmed no
recibe otra cosa que negativas y regañinas por querer eludir sus deberes. No
importa las veces que explique la urgencia de devolver el cuaderno. Sin él, su
amigo no podrá realizar las tareas encargadas y recibirá un duro castigo por
parte del profesor. Ahmed consigue escapar del hogar y marchar al pueblo
vecino, pero su camino está repleto de otros adultos poniendo trabas a su
misión.
La relación del elenco de personajes hacia
Ahmed es prácticamente idéntica en cada escena: charlas condescendientes,
críticas destructivas hacia el cambio generacional y reprimendas. Todos se
dirigen hacia el protagonista o cualquier otro niño exigiendo disciplina,
vociferando todas sus palabras. Hasta al profesor, a quien nos vemos enseñar
nada, solo amenazando a sus alumnos para que realicen su trabajo. Una historia
tan breve como angustiante: la aventura de Ahmed es una parábola de una sociedad
brutalmente conservadora y sus estragos.
Hay escenarios abiertos entre tantas mentes
cerradas, pero las calles de los poblados son laberínticas e intrincadas. El
camino entre los municipios tiene una forma en zigzag nada casual. A pesar de
una sencillez propia al realismo, con una producción precaria, Kiarostami sabe
sacar partido de los escenarios para transmitir la desesperación que supone la
misión de Ahmed.
¿Dónde está la casa de mi amigo? fue la
lanzadera de Kiarostami hacia el prestigio internacional. Un director que sabe
atrapar al espectador con los mínimos recursos. Un artista de fuerte compromiso
social sin caer en el discurso forzado, sin olvidar que está haciendo cine.
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