domingo, 8 de enero de 2017

Elephant (Gus Van Sant)



En 1999, en un instituto de Columbine (Colorado, Estados Unidos), dos estudiantes perpetraron una masacre que dejó numerosas víctimas mortales y heridos. Tras el trágico incidente, la gente se pregunta cómo es posible que existan este tipo de sucesos. Comienza la búsqueda de culpables: los videojuegos, la falta de seguridad, la educación, la venta de armas... Pero en Elephant, Gus Van Sant no busca nada de eso. El director norteamericano tampoco ofrece un producto audiovisual que se recrea en el morbo. No deja lugar al drama por el drama, ni al sentimentalismo barato. La película es una recreación de los hechos que trata ser lo más realista posible.


Van Sant logra ese ambiente realista y cercano mostrando la vida de varios jóvenes que estudian en el instituto de Columbine. Observamos sus actos cotidianos, Eli hace fotos a unos alumnos, Nate juega a fútbol con sus amigos, tres amigas intercambian cotilleos en la cafetería, ... El guión es inexistente y los actores que encarnan a los alumnos no son profesionales. El propio Van Sant animaba a los jóvenes a hablar tal cual lo hacían detrás de las cámaras para garantizar la naturalidad del film. La lentitud y aparente vacuidad de la película sirve para sumergirnos en aquel día que no terminó siendo uno cualquiera. La banalidad de los sucesos se introduce a través de diversos planos secuencia que buscan algo más aparte del deleite visual. Vemos como los diferentes personajes se mueven por los pasillos con aparente azar. Un azar que minutos más tarde marcaría la condición de víctima.


Los dos asesinos son simplemente otros personajes más, con sus propios quehaceres. Su retrato se antoja como una de las partes más interesantes de Elephant. Observan un documental sobre Hitler y efectúan la masacre el día de su aniversario. Pero no parecen neonazis, uno de ellos ni siquiera sabía que dicho movimiento fascista se originó en Alemania. Después, uno de los asesinos se entretiene con un videojuego. No hay que fijarse en el continente sino en el contenido. Es decir, Van Sant no cae en el sensacionalismo de criticar a los videojuegos y señalarlos como culpables. Lo que vemos en el juego es un espacio abstracto poblado por monigotes sin rostro que son disparados sin razón alguna. Más tarde, convertirán el instituto en un campo de tiro, asesinando a gente sin relevancia personal para ellos y sin ningún tipo de justificación.

Esa ausencia de razones convierte la espiral de violencia en un acto banal. La frialdad con la cual Van Sant rueda los instantes previos a la matanza se mantiene durante el clímax para remarcar esa banalidad. Lo verdaderamente inquietante no es que los videojuegos y el cine ofrezcan demasiada violencia gratuita. Ni siquiera lo es la facilidad con la que los jóvenes adolescentes adquieren armas. Después de ver Elephant, lo que de verdad aterroriza es la trivialidad con la que se produce la masacre, la indiferencia de sus autores que matan por matar y, sobretodo, que somos incapaces de explicarnos por qué suceden tragedias de este tipo. 


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